Re-encuadrar

© Luis Ochandorena

 

La discusión sobre si es lícito o no cambiar el encuadre después de hacer la fotografía ha sido un tema recurrente entre los fotógrafos a lo largo de la historia.

Re-encuadrar forma parte de las decisiones que se pueden tomar en la etapa del revelado. En esta etapa podemos adoptar básicamente dos caminos. El primero es ser fieles a la experiencia de percepción que hemos tenido. Quiere decir que el resultado fotográfico sea lo más parecido posible al aspecto de la realidad que ha llamado nuestra atención y a las condiciones que se daban en ese momento. El segundo camino busca intervenir en el resultado con el fin de «mejorarlo» o de adaptarlo a las necesidades expresivas del fotógrafo. Estas dos posibilidades reflejan que la decisión se toma en dos momentos diferentes: en la toma o en la edición.

En la historia de la fotografía, tenemos ejemplos de las dos actitudes. En el primer caso se encuentra Cartier-Bresson que incluía en sus fotos el margen negro para demostrar que la imagen no se había re-encuadrado posteriormente. Convirtió la fidelidad al encuadre que había decidido en el momento del disparo en una lucha personal ya que, hasta ese momento, los editores de las revistas y periódicos recortaban las fotografías para adaptarlas a los intereses de sus publicaciones. La agencia Magnum, que creó con otros fotógrafos como Robert Capa, fue la primera en exigir por contrato que se respetara el encuadre original.

En el segundo caso tenemos a Walker Evans. Cuando hacía fotos adoptaba generalmente un punto de vista frontal al sujeto pero dejaba para un momento posterior la decisión sobre el encuadre final. El punto de vista que escoge el fotógrafo no se puede variar posteriormente, en cambio, el marco de la imagen siempre se pueden reducir aunque no ampliar. Si no aparece en el negativo no es posible añadirle nada después.

 

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