© Luis Ochandorena
«Quien teme al vacío es porque teme desposeerse de su individualidad»
«La mentalidad occidental no está entrenada para mirar el vacío, de ahí que le aterre lo abismático, que le incomode lo indefinido, que le dé vértigo lo infinito».
«En el arte occidental estamos acostumbrados a destacar las figuras sobre un fondo. Procuramos no dejar vacíos, y si los dejamos estarán en función de la figura. El vacío resaltará las formas, y ello creando campos de fuerza que dirijan la mirada hacia un centro, el cual nunca se sitúa en un lugar vacío sino en la figura, nunca en «nada» sino en «algo». El vacío, en la civilización occidental, fiel a la disyuntiva de Parménides, simplemente no existe, es tan sólo propiedad del espacio cuyo cometido es el de contener a los seres. El arte taoísta y Ch’an, por el contrario, distribuirá las formas con el fin de que resalte el vacío».
«No hay, en la obra de arte taoísta, centralidad convergente, sino múltiples puntos de fuga que apuntan fuera del cuadro o relacionan entre sí los elementos. La disposición de éstos responde a un modelo centrífugo en el que la atención se dispersa a la vez dentro y fuera del cuadro, hacia un universo infinito que refleja la interioridad de quien lo contempla. El vacío atrae, sin ser temible como el abismo romántico, porque nos constituye. El vacío es lo que somos más allá de nuestra identidad. Quien teme al vacío es porque teme desposeerse de su individualidad».
Del libro de Chantal Maillard «La sabiduría como estética». Ediciones Akal pag 69